viernes, 9 de noviembre de 2012

Una oportunidad


No son las políticas económicas populistas las que a medio y largo plazo mejorarán la situación. Es difícil que la gente pueda entender que las cosas dejaron de empeorar, cuando los únicos índices que se manejan son las cifras del paro y los registros periódicos de la prima de riesgo y de la bolsa. Siguiendo estos índices es imposible analizar con cierta profundidad el estadio de la crisis, e intentar valorar con seriedad el efecto de las medidas que se adoptan para contribuir a reparar la coyuntura económica. Aún así, hay quién sigue apostando sin pudor alguno por las políticas que nos han traído hasta aquí, a este desarraigo económico que nos viene estancando e impidiendo prosperar, haciendo hincapié única y exclusivamente en la deriva de estos “pseudo-índices”. Aumentar el gasto público para paliar la situación, subvencionando y motivando artificialmente la economía, esperando que puntualmente mejore el desempleo al amparo de la socialización del riesgo de cualquier incierta iniciativa de trabajo que se preste, es un error descomunal. Pan para hoy, hambre para mañana. El goloso estómago estatal no puede seguir viviendo a cuenta de generar déficit que inoportunamente puede llegar a dejar de afrontar. Ejemplos tenemos en algún momento de la historia latinoamericana, donde algunos países llegaron a tener un desarrollo impresionante, con una clara tendencia a seguir los pasos de Australia, Suiza, Canadá o de Los Estados Unidos de América, pero con la llegada del populismo y las dictaduras, con políticas destinadas siempre a calmar a la gente en la inmediatez, destruyendo la competencia, ahuyentando la inversión foránea, comprometiendo la innovación, dilapidando el erario público, etc., provocaron un dramático estancamiento. Ese estancamiento arraigó en el ADN de esos países, obligándoles a orbitar permanentemente en una espiral de declive al estar atrapados en una idiosincrasia subsidiada, convirtiéndose en tabú hablar de productividad y de una estructura económica más eficiente, para no desbaratar las pretensiones de espantosos gobiernos que solían y suelen perpetuarse gracias a todo esto, pero que nunca fueron ni serán capaces así de resolver el dilema que curiosamente los acreditan, el dilema de la resolución de la pobreza. Nosotros debemos pagar nuestras deudas, pero es mejor vender patrimonio, racionalizar los gastos y servicios, que freír a la sociedad civil a impuestos para sostener una estructura administrativa y territorial, que al ser imposible de mantener, actúa como un puto lastre que nos ahoga a todos, menos a los que viven muy bien a su cuenta. Está pendiente la reforma estructural para no asfixiarnos en los próximos años, está pendiente mejorar la formación de nuestros jóvenes inculcándoles el compromiso y el esfuerzo en el estudio como pilar básico para que puedan en el futuro hacerse dueños de su propia vida, falta eliminar todo tipo de subvenciones, incentivando la inversión permutando carga impositiva por capital comprometido en la financiación productiva, y falta ese afán de superación en una sociedad que no acaba de creer en sí misma. Afrontar una crisis masiva, como una oportunidad individual y colectiva que cambie el rostro de un país anclado en una gran mentira durante años, es nuestro reto.

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